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Artículo de opinión que manifiesta la existencia de una profunda desconexión entre el uso práctico y positivo de los inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO) en manos de especialistas y las recomendaciones académicas basadas en ensayos clínicos aleatorizados (ECA) y guías clínicas . Este desfase ha conducido a una pronunciada desconfianza institucional en el perfil de efectividad de los IMAO y ha reducido su prescripción, a pesar de su utilidad clínica reconocida. El autor argumenta que la preeminencia de los ECA y los metaanálisis en las guías clínicas favorece la exclusión de los IMAO, ya que dichos estudios rara vez incluyen estos compuestos. Así, la experiencia clínica, una valiosa fuente de conocimiento sobre su eficacia en grupos especiales de pacientes, queda desvalorizada y catalogada erróneamente como "anecdótica". Para contrarrestar esta posición, el artículo recurre a la epistemología moderna de la causalidad, principalmente la propuesta por Judea Pearl. Pearl sostiene que la ciencia no puede prescindir de la noción de causalidad y que los métodos estadísticos frecuentistas —como los valores p y los ECA— no bastan para establecer relaciones causales. En cambio, su teoría del "do‑operator" permite manipular variables causales en contextos observacionales, legitimando así la práctica clínica como forma válida de generación de evidencia científica. El autor ilustra su argumento contrastando ejemplos históricos: la disposición de pacientes a recibir IMAO llevó en los años cincuenta a una notable reducción de sesiones de electroconvulsoterapia —un resultado evidente, clínicamente relevante y consecuente con los principios de Pearl— sin recurrir a ECA formales. Esto sugiere que la evidencia derivada de la práctica médica puede ser tan válida como la obtenida por métodos experimentales controlados cuando es interpretada adecuadamente. Además, se identifica un déficit educativo en farmacología clínica. El desconocimiento sobre mecanismos, interacciones, manejo de tiramina y otras advertencias asociadas a los IMAO ha aumentado la percepción de peligro entre los médicos. Textos formativos y manuales de referencia contienen conceptos erróneos o anticuados que promueven una imagen alarmista —como la supuesta toxicidad por alimentos— sin una base científica sólida. En respuesta a esta situación, se han conformado grupos de expertos internacionales (International IMAO Expert Group) para mejorar la formación, derribar mitos y promover una utilización segura y eficaz de los IMAO, con el objetivo último de beneficiar a pacientes que no responden a otros tratamientos.

El parkinsonismo inducido por fármacos (DIP) es una forma poco reconocida de parkinsonismo secundario que puede imitar la enfermedad de Parkinson idiopática, pero es en gran medida reversible. El DIP persiste no por ser poco común ni desconocido, sino porque se encuentra en la intersección de disciplinas como la neurología, la psiquiatría, la geriatría y la farmacología, donde la comunicación a menudo falla. Si bien el uso de antipsicóticos de primera generación ha disminuido, otros agentes, como el valproato, la ciclosporina, los inhibidores del transportador vesicular de monoamina 2 y los suplementos herbales a base de Rauwolfia serpentina, han surgido como contribuyentes notables. Esta revisión narrativa integra perspectivas epidemiológicas, mecanicistas y educativas para construir un marco diagnóstico basado en mecanismos que sea clínicamente viable y pedagógicamente valioso. En los estudios, el DIP representó aproximadamente el 60-70% de los casos de parkinsonismo secundario, afectando desproporcionadamente a adultos mayores y mujeres. La imagen funcional con tomografía computarizada por emisión monofotónica del transportador de dopamina generalmente muestra una captación estriatal preservada, lo que facilita la diferenciación del parkinsonismo neurodegenerativo. La recuperación suele ocurrir entre seis y doce meses después de suspender el fármaco causante, aunque una minoría puede experimentar síntomas persistentes. El enfoque de tres pasos propuesto enfatiza la revisión exhaustiva de la medicación y los suplementos, el reconocimiento de patrones clínicos característicos y la retirada oportuna con seguimiento para confirmar la reversibilidad. Este marco promueve prácticas de prescripción más seguras, refuerza la formación del personal clínico y mejora la detección de esta afección prevenible.

Este estudio longitudinal, basado en información genética y análisis de gemelos, explora la relación entre la insatisfacción corporal en la adolescencia y la aparición posterior de síntomas de trastornos alimentarios, depresión y variaciones en el índice de masa corporal (IMC) . Los hallazgos revelan que los adolescentes que reportaron mayor insatisfacción corporal a los 16 años presentaron síntomas más graves de trastornos alimentarios cinco años después, así como más síntomas depresivos y un IMC más elevado hasta una década después. Estas asociaciones fueron más pronunciadas en las niñas, aunque la evidencia robusta de diferencias por sexo se limitó a los síntomas de trastornos alimentarios. El análisis de gemelos mostró que la asociación entre insatisfacción corporal y síntomas alimentarios se redujo a la mitad en gemelos monocigóticos frente a dicigóticos, mientras que las estimaciones para síntomas depresivos permanecieron estables. Este patrón sugiere que la influencia genética desempeña un papel más relevante en la relación con los trastornos alimentarios que con la depresión. Los modelos de descomposición de varianza confirmaron una heredabilidad moderada-alta tanto en la exposición como en los resultados, con una covarianza sustancial atribuible a factores genéticos compartidos, especialmente entre insatisfacción corporal y síntomas alimentarios. A pesar de las limitaciones del estudio, los hallazgos respaldan la hipótesis de que reducir la insatisfacción corporal en la adolescencia podría tener beneficios transdiagnósticos en la prevención de trastornos mentales como los trastornos alimentarios y la depresión. Dado que esta insatisfacción refleja tanto componentes genéticos como influencias ambientales —incluyendo presiones socioculturales y estigma relacionado con el peso—, se proponen intervenciones multifacéticas: estrategias familiares y escolares, regulación de contenidos en redes sociales, y políticas que eviten reforzar preocupaciones estéticas en programas contra la obesidad. Futuras investigaciones deberían incorporar medidas más inclusivas de imagen corporal, considerando diferencias de género y diversidad cultural, para diseñar intervenciones preventivas más eficaces y equitativas.

Excelente artículo de Pablo Malo, psiquiatra de Bilbao, que revisa la literatura y expone los diferentes tipos de homicidio de pareja . En la última década, los datos sobre homicidios de pareja en España revelan una realidad compleja: solo un 23% de las mujeres asesinadas habían denunciado previamente violencia de género, y de ellas, otro 23% murió pese a contar con medidas de protección. El paradigma tradicional, sustentado en la teoría feminista, concibe el homicidio como la culminación de un proceso continuo de violencia ascendente, desde agresiones leves hasta el asesinato. Sin embargo, investigaciones recientes cuestionan este modelo, mostrando que en numerosos casos no existía violencia previa detectable Se identifican dos perfiles diferenciados de agresores. El primero, que representa entre el 33% y el 40% de los casos, carece de historial violento y se asocia a crisis vitales agudas —como ruina económica o separación reciente— y a ideación suicida, lo que explica la alta frecuencia de homicidios seguidos de suicidio. El segundo grupo, mayoritario (60-67%), corresponde al maltratador clásico, caracterizado por control coercitivo, celos patológicos y escalada de agresiones, ajustándose al modelo tradicional. Esta diferenciación implica un cambio sustancial en las estrategias preventivas: los protocolos actuales, centrados en la violencia previa, no logran detectar el primer grupo, que requiere indicadores distintos, como la presencia de crisis personales y conductas suicidas. La ideación suicida emerge como un predictor relevante del homicidio de pareja, multiplicando el riesgo en casos de violencia de género y siendo especialmente relevante en homicidios-suicidios, que constituyen cerca del 30% de los feminicidios. Paralelamente, los estudios subrayan la influencia de los trastornos mentales en estos delitos. Un tercio de los homicidios seguidos de suicidio se vincula a patologías psiquiátricas graves, acompañadas de deterioro físico y dependencia. El metaanálisis de Kivisto (2015) propone cuatro categorías de homicidas: el enfermo mental, con psicosis y escasa violencia previa; el controlado/desregulado, asociado a trastornos afectivos, ansiedad y abuso moderado de sustancias; el agresor crónico antisocial, con rasgos narcisistas y sin psicopatología grave; y el sobrecontrolado, caracterizado por personalidad dependiente y esquizoide, sin antecedentes significativos de violencia. La revisión sistemática de Abreu, Barker y Bedford (2017) confirma que la presencia de enfermedad mental incrementa el riesgo homicida en ambos sexos, destacando la relación entre homicidios impulsivos y el uso de armas blancas en agresores con psicosis o trastornos duales. Asimismo, se observa que el trastorno bipolar influye en la modalidad del crimen: los homicidios domésticos son más frecuentes en fases depresivas, mientras que en fases maníacas predominan los cometidos fuera del hogar. Este panorama evidencia la dificultad de anticipar sucesos de baja prevalencia, comparables a los “cisnes negros” descritos por Taleb: eventos improbables con consecuencias críticas que desafían los modelos predictivos. Por ello, se reclama avanzar en herramientas validadas para entornos policiales, sanitarios y forenses, integrando protocolos que contemplen factores situacionales y clínicos. La prevención eficaz dependerá de reconocer esta heterogeneidad y superar la visión lineal del fenómeno.

La Organización Mundial de la Salud alertó en 2023 que la soledad crónica puede elevar hasta en un 50 % el riesgo de demencia en las personas mayores, acelera el deterioro cognitivo y predice peores resultados en funciones ejecutivas. Un metaanálisis internacional, publicado en Nature Mental Health (2024), que agrupa datos de 21 estudios longitudinales y más de 600.000 participantes, halló que quienes declaraban sentirse solos tenían un riesgo significativamente mayor de entre un 30 % y un 40 % de desarrollar demencia en general y un 39 % para alzhéimer en concreto. Un cúmulo de datos refuerza la idea de que la soledad no es sólo un estado emocional doloroso, sino un factor de riesgo real y cuantificable para el deterioro cognitivo y la demencia , con efectos medibles en el cerebro y en la función mental mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas clínicos. Diversas investigaciones coinciden en que esa falta de interacción social reduce las oportunidades de estimulación cognitiva, pone en desuso las habilidades lingüísticas, el razonamiento, la atención y la flexibilidad mental, procesos clave para mantener en forma capacidades como la memoria y la orientación. Esa ausencia sostenida de “gimnasia mental” puede acelerar el deterioro cerebral. Desde la neurobiología, se han descrito también otras correlaciones estructurales: personas con aislamiento social prolongado presentan menores volúmenes de materia gris en áreas cerebrales implicadas en el aprendizaje, la memoria y el pensamiento y un mayor número de lesiones de sustancia blanca. Ese adelgazamiento cerebral, incluyendo zonas del hipocampo y la amígdala, puede traducirse en una pérdida más rápida de neuronas y conexiones sinápticas, debilitamiento de redes neuronales clave y menor capacidad para resistir el desgaste que culmina en delirio. En España, este tema ya no es una cuestión marginal. El Barómetro de la Soledad no deseada en España 2024 indica que una de cada cinco personas adultas declara sentirse sola. Las mujeres, junto con las personas mayores, son los grupos más afectados, con mayor prevalencia a partir de los 55 años. En cuanto a la edad, el 23,8 % de las personas en riesgo de soledad son las que están entre los 55 y 59 años –que hoy en día no se consideran mayores–, seguidos del grupo de 60-65 años, con un 16,6 %. Entre las estrategias para contrarrestar la soledad, las más efectivas son las que adoptan un enfoque multidimensional y combinan estimulación social, actividades físicas o recreativas, apoyo psicológico, acompañamiento personalizado y mejora de la infraestructura comunitaria. Finalmente, es fundamental que estas políticas y programas se conciban como inversiones en salud pública a largo plazo, ya que prevenir la soledad tiene el potencial de reducir el sufrimiento individual, pero también el riesgo de demencia, la dependencia, la demanda sociosanitaria y los costes asociados.

La eutanasia psiquiátrica , entendida como la práctica de poner fin a la vida de una persona con trastorno mental grave que solicita morir para aliviar su sufrimiento, plantea dilemas éticos y clínicos de gran complejidad. A diferencia de la eutanasia en enfermedades terminales, este debate se centra en la autonomía, la competencia del paciente, la irreversibilidad del sufrimiento y las limitaciones del conocimiento psiquiátrico. Aunque legal en pocos países, constituye alrededor del 3 % de los casos de eutanasia, con tendencia creciente. El perfil de los solicitantes corresponde a personas jóvenes, mayoritariamente mujeres, con antecedentes de intentos de suicidio, aislamiento social y experiencias traumáticas. Predominan los trastornos de personalidad y de conducta, seguidos por depresiones resistentes y trastorno bipolar. En España, el Tribunal Constitucional ha interpretado que el sufrimiento que justifica la eutanasia debe tener origen somático, lo que excluye casos exclusivamente psiquiátricos y evidencia la falta de debate académico profundo. Uno de los puntos críticos es la noción de irreversibilidad. A diferencia de las enfermedades orgánicas, los trastornos mentales presentan pronósticos inciertos y posibilidades de mejora, incluso en cuadros considerados crónicos. La depresión resistente, por ejemplo, carece de una definición uniforme y nuevos tratamientos cuestionan su carácter irreversible. Esta incertidumbre, sumada a la subjetividad diagnóstica, exige prudencia. Los trastornos de personalidad, frecuentes en estas solicitudes, son persistentes pero no necesariamente irreversibles. Investigaciones muestran que, con abordaje adecuado y apoyo social, muchos síntomas mejoran con el tiempo. En el Trastorno Límite de la Personalidad, el deseo de morir puede ser un síntoma del propio trastorno, incluso una petición implícita de ayuda. Además, el peso de traumas prolongados sugiere la presencia de estrés postraumático complejo, que requiere evaluación cuidadosa y tratamientos multimodales. El sufrimiento psíquico es intenso y multidimensional, pero su valoración es subjetiva, lo que genera interpretaciones divergentes y riesgo de decisiones irreversibles sin agotar intervenciones paliativas. Surgen enfoques orientados a aliviar el sufrimiento y mejorar la calidad de vida, lo que refuerza la necesidad de alternativas integrales. Finalmente, la competencia para decidir constituye un eje central. Aunque el trastorno mental no implica incapacidad per se, la evaluación requiere instrumentos específicos y formación especializada. La inestabilidad emocional y la alta reactividad al entorno cuestionan la consistencia del deseo de morir, como evidencia el elevado número de solicitudes retiradas. Todo ello subraya la necesidad de prudencia y de priorizar opciones terapéuticas antes de validar una decisión definitiva. Conclusión La eutanasia psiquiátrica plantea una serie de dilemas éticos y prácticos que requieren una cuidadosa consideración y debate en el ámbito académico y público. La diversidad de opiniones y enfoques sobre este tema refleja la complejidad inherente a la evaluación del sufrimiento psicológico y la competencia de los pacientes con trastornos mentales. Se necesita un enfoque integral en el manejo del sufrimiento en enfermedad mental, que incluya intervenciones psiquiátricas y psicosociales, así como un mayor apoyo a las familias y cuidadores de pacientes con trastornos mentales graves.

Este mensaje es un recordatorio para los que estéis interesado en acudir al próximo Congreso Nacional de la SEPL ( https://psiquiatrialegal2026.com/programa/ ), que como sabéis la sede será en Vitoria, los días 14-16 de mayo de 2026. Por dificultades en la web actual de la SEPL hemos creado para este congreso una web paralela que acoja toda la información relativa al congreso (programa, inscripciones, alojamiento y participación mediante póster). Es decir, para cualquier información relacionada con el congreso 2026, tendrás que dirigirte y consultar en esta nueva Web. El enlace de contacto con esta nueva Web del congreso Vitoria 2026 es: https://psiquiatrialegal2026.com/ Disculpad las molestias. Ya se pueden hacer inscripciones al Congreso.

El 7 de octubre de 2026 se conmemorará el centenario de la muerte de Emil Kraepelin. Su sexta edición de Psiquiatría: Un libro de texto para estudiantes y médicos (1899), en la que describió la «demencia precoz» (posteriormente esquizofrenia) y la distinguió de la «locura maníaco-depresiva» (actual trastorno bipolar), sentó las bases para el diagnóstico clínico y definió el largo siglo XX de la psiquiatría (1899-2026). En cierto sentido, hemos estado leyendo este libro de texto desde entonces En este artículo los autores revisan el legado de Emil Kraepelin quien estableció un enfoque que consolidó la psiquiatría como especialidad médica, y su metodología ha dominado la profesión hasta la actualidad . Sin embargo, sus opiniones eugenésicas pesan mucho debido a las catástrofes en las que estuvo implicada la psiquiatría alemana y a las que contribuyó activamente durante la era nazi que siguió. Además, su proyecto de establecer las enfermedades mentales en forma de clases naturales discretas ha fracasado a la luz del progreso científico. La psiquiatría debe comprender la complejidad de las enfermedades mentales y profundizar en los ámbitos inherentemente difusos del lenguaje, la cultura, el cambio tecnológico y el poder político. Este cambio debería influir con mayor fuerza en el currículo de la psiquiatría, las prioridades de investigación, el desarrollo profesional continuo, la práctica, la ética y la participación pública. La psiquiatría más allá de los libros de texto La psiquiatría, nacida en los manicomios del siglo XIX bajo el modelo biomédico de Kraepelin, ha evolucionado más allá de la desinstitucionalización, buscando integrar el tratamiento de trastornos como la esquizofrenia en comunidades inclusivas. Aunque persisten el diagnóstico clínico y las intervenciones farmacológicas, psicológicas y físicas, el contexto actual exige una transformación profunda. Las dinámicas políticas, económicas y tecnológicas, aceleradas por la pandemia, han fragmentado sociedades, ha generado desigualdad y exclusión, y ha dado lugar a movimientos sociales liderados por usuarios de servicios. Surge así la “Psiquiatría Metacomunitaria”, que propone ir más allá del enfoque comunitario tradicional, incorporando una visión ecológica del cerebro y del paciente, y otorgando centralidad al lenguaje como fundamento de la conexión humana. Este cambio implica reforzar el diálogo con las humanidades y las ciencias sociales, priorizar la experiencia subjetiva y los determinantes sociales de la salud mental, y formar profesionales capaces de cuestionar inequidades y colaborar con actores sociales y políticos. La inteligencia artificial promete avances, pero también riesgos, por lo que se requiere un equilibrio entre innovación y evidencia. Lejos de fracasar, la dificultad para definir enfermedades refleja progreso científico. La psiquiatría del siglo XXI debe asumir la incertidumbre y orientarse hacia la cultura, la tecnología y el poder político para renovar investigación, práctica y ética.

La glicina, el aminoácido más pequeño y presente de forma natural en el organismo y en numerosos alimentos, ha captado el interés como un prometedor somnífero, con creciente evidencia clínica que respalda su eficacia. Este artículo examina los mecanismos de acción de la glicina para promover el sueño , revisa estudios clínicos que demuestran sus beneficios y ofrece orientación práctica para profesionales de la salud que consideran la suplementación con glicina en pacientes con dificultades para dormir. Las investigaciones demuestran que la glicina actúa a través de múltiples vías, como la termorregulación, la modulación de neurotransmisores y el apoyo al ritmo circadiano. Mecanismos Fundamentales 1. Regulación de la temperatura Para inducir el sueño, el cuerpo necesita bajar la temperatura central, un proceso facilitado al aumentar el flujo sanguíneo a extremidades como manos y pies. La glicina potencia esta vasodilatación periférica antes de dormir, acelerando la bajada de temperatura corporal central y favoreciendo así la inducción del sueño. Algunos estudios muestran que, tras la ingesta de glicina, se detecta un aumento de temperatura en manos y pies en apenas 30 minutos, acompañada de una sensación subjetiva de somnolencia. 2. Neurotransmisor y Neuromodulador Actuando como neurotransmisor inhibidor en el tronco encefálico y la médula espinal, la glicina modera la actividad neuronal sin causar sedación profunda. Además, interactúa con los receptores NMDA en el cerebro, modulando la excitabilidad neuronal. Estos efectos podrían contribuir a mantener un estado de alerta y claridad mental al despertar, en contraste con los efectos residuales de sedantes más contundentes. 3. Apoyo al Ritmo Circadiano La glicina podría reforzar los ritmos biológicos circadianos estabilizando los procesos celulares del reloj interno del organismo. Este efecto es útil en personas con patrones de sueño irregulares, ya sea por trabajo nocturno, viajes o rutinas variables, ayudando a restablecer y mantener una pauta de descanso más regular. 4. Preservación de la Arquitectura del Sueño Un beneficio notable es que la glicina mejora la calidad del sueño sin alterar las fases esenciales (ligero, profundo y REM). Se preserva adecuadamente la estructura del sueño, con un aumento en la eficiencia del sueño profundo y transiciones más suaves entre fases. Evidencia Clínica Diversos estudios, principalmente conducidos en Japón, demostraron que 3 g de glicina antes de acostarse reducen el tiempo de latencia del sueño, mejoran la calidad percibida del descanso y elevan la eficiencia del mismo, sin efectos adversos relevantes. Además, estos estudios revelaron mejoras en la alerta y el rendimiento cognitivo al despertar, y una menor fragmentación del sueño durante la noche. La tolerabilidad es notablemente alta: los efectos secundarios son escasos y leves, con ocasional malestar digestivo, y no se han registrado somnolencia residual, dependencia ni insomnio rebote al suspender el suplemento. Aplicación Terapéutica La dosis óptima estudiada es de 3 g, tomada aproximadamente una hora antes de dormir, permitiendo que la glicina ejerza sus efectos termorreguladores y neuromoduladores al inicio del sueño. Dosis menores muestran beneficios, aunque en menor medida, y dosis mayores (5–6 g) no han evidenciado ventajas adicionales, pudiendo producir malestar digestivo. En conclusión, la glicina representa una opción segura, eficaz y bien tolerada para mejorar el sueño. Actúa de forma fisiológica, respetando los procesos naturales del descanso y ofreciendo beneficios tanto inmediatos como sostenidos, sin los riesgos asociados con los hipnóticos tradicionales. Es especialmente útil para pacientes que buscan alternativas naturales o presentan efectos adversos con otros tratamientos.

El Tribunal Supremo ha revocado la condena impuesta a una estudiante de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, acusada de falsedad documental por alterar dos respuestas en un examen de Anatomía III durante su revisión. En 2019, la alumna modificó su hoja para que las respuestas erróneas aparecieran como correctas, pero la profesora había fotografiado previamente el examen original, lo que permitió descubrir la manipulación. El Juzgado de lo Penal número 17 la condenó a ocho meses de prisión, multa económica y la inhabilitación para el derecho de sufragio pasivo. La Audiencia Provincial confirmó la sentencia, considerando que la conducta constituía falsedad en documento oficial. Sin embargo, la estudiante recurrió ante el Supremo alegando desproporción y falta de fundamento jurídico. La Sala de lo Penal del Alto Tribunal estimó el recurso y anuló la condena. Argumentó que un examen universitario no puede considerarse documento oficial en sentido penal, pues no acredita una relación jurídico-procesal ni tiene la naturaleza pública exigida por el tipo penal. Aunque reconoció la existencia de una falsedad ideológica, concluyó que no reúne los requisitos para ser delito. El fallo subraya que la actuación de la alumna es reprochable desde el ámbito académico, pero no merece sanción penal. La decisión sienta un precedente relevante: no toda irregularidad en el contexto educativo debe derivar en responsabilidad penal, reservando esta vía para conductas que generen auténticos perjuicios jurídicos.


