El artículo explora cómo las anomalías en el lenguaje son una característica central de la esquizofrenia. Estas anomalías han sido reconocidas durante más de un siglo, comenzando con las descripciones de Kraepelin y Bleuler sobre la disminución de la coherencia en el lenguaje hablado, caracterizadas por el descarrilamiento y la relajación de las asociaciones, así como una relativa pobreza del habla.
Durante décadas, el estudio del lenguaje en la esquizofrenia se mantuvo principalmente descriptivo, culminando en las heurísticas de Andreasen sobre el trastorno del pensamiento positivo (alteraciones en la coherencia) y negativo (alteraciones en la complejidad) en la década de 1970. En los años 80, Hofman utilizó un enfoque matemático para caracterizar la mala aplicación de las reglas para la formación de oraciones y discursos observada en individuos con esquizofrenia, enfatizando las relaciones semánticas entre oraciones adyacentes y no adyacentes.
En la década de 1990, la inteligencia artificial se utilizó por primera vez para modelar la reducción de la coherencia en el habla. Garfield y Rapp demostraron que las violaciones de reglas específicas en redes semánticas artificiales podían replicar las alteraciones del lenguaje hablado en la esquizofrenia.
Hofman indujo síntomas de esquizofrenia reduciendo la conectividad en simulaciones de redes neuronales de procesamiento distribuido en paralelo.
Además del lenguaje, se puede evaluar la acústica del lenguaje hablado en el espectro de la esquizofrenia, incluidas las disfluencias, el timbre/calidad, la energía/volumen y las pausas, así como la expresión facial y los gestos en el contexto de la entrevista. Esto produce una rica serie temporal de datos multimodales que se pueden utilizar para evaluar la incongruencia entre diferentes modalidades (afecto inapropiado) y la sintonía entre los interlocutores en cuanto al lenguaje y la expresión facial, lo que indica no solo una enfermedad psiquiátrica sino también una alianza terapéutica.
En el siglo XXI, ha habido un uso creciente de grandes modelos de lenguaje para cuantificar la coherencia del discurso en la esquizofrenia. Estos modelos han permitido una mejor comprensión de cómo las anomalías del lenguaje pueden servir como un biomarcador para la esquizofrenia y han abierto nuevas vías para posibles intervenciones terapéuticas.
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