El artículo "Los genes de la guerra" explora la idea de que la guerra es una institución universal y posiblemente un instinto inscrito en la biología humana. La guerra se presenta como una forma de resolver conflictos cuando otros medios han fallado, y se compara con el comportamiento de los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, que también realizan acciones de exterminio contra grupos colindantes cuando tienen la certeza de éxito.
El autor sugiere que la guerra y la violencia están profundamente arraigadas en nuestros genes, y que este comportamiento ha sido seleccionado naturalmente a lo largo de la historia. La revolución del Neolítico exacerbó la producción y almacenamiento de alimentos, lo que permitió el crecimiento de las aglomeraciones humanas y, con ello, el aumento de los conflictos por recursos. Este crecimiento demográfico también llevó a la aparición de ejércitos especializados en la defensa del territorio.
El artículo destaca que los ejércitos, desde el Neolítico hasta la actualidad, han estado formados mayoritariamente por hombres, lo que sugiere una determinación biológica. La presencia del cromosoma Y y las descargas hormonales de la testosterona juegan un papel crucial en este comportamiento.
En resumen, el artículo argumenta que la guerra es una manifestación de la selección natural darwiniana y que está profundamente arraigada en nuestra biología y genética.
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